LaNacionNo quiero sonar a veterano, aunque lo soy. Prendamos un incienso para que se vaya este tufillo a naftalina. Nada. No se puede. Lo que sigue va a emitir una onda expansiva de nostalgia que motivará toda clase de epítetos. Ya lo sé, me los tengo merecidos.
Treinta años del Walkman. El aniversario fue anteayer. Y sin embargo parece ayer.
Ahora es fácil decir, como en esta genial nota de la BBC ( news.bbc.co.uk/2/hi/uk_news/magazine/8117619.stm ), que el Walkman era enorme, ofrecía una dudosa calidad de sonido, era visualmente aburrido, carecía de funciones como la de shuffle (tocar una canción al azar) y devoraba pilas como un velocirráptor se zamparía una cajas de hamburguesas.
De hecho, cuando recuerdo el Walkman siento emociones encontradas. Por un lado, gratitud y admiración. Por el otro, se me aflojan las piernas al recordar las horrendas complicaciones a las que nos sometía nuestra afición por la música. ¡Hoy es tan fácil todo!
Me pasé toda la adolescencia y gran parte de mi juventud aguardando la facilidad, calidad y disponibilidad de música que disfruto hoy. Pero el Walkman inició la revolución que llevó al MP3 y al iPod. Estos son extraordinarios, pero se asientan sobre los hombros de aquel pequeño gigante; son la consecuencia de la decisión de fomentar la música portátil que tomó Akio Morita, presidente de Sony, en 1978. Su idea fue a la música lo que el celular al teléfono de línea.
El primero en pensar en la música portátil fue, sin embargo, Andreas Pavel, nacido en Alemania y residente en Brasil, que en 1972 inventó el Stereobelt; el nombre lo dice todo. Contactó a Yamaha, ITT, Philips y Grundig, pero estas empresas creyeron que la idea carecía de futuro. Patentó el Stereobelt en 1977 y 1978, pero nunca lo vio florecer comercialmente. Sólo pactó con Sony unos royalties cuando nació el Walkman.
Autorizado para despegar
Las buenas ideas son como las semillas: producen más buenas ideas. El reproductor portátil de casetes no sólo nos permitió escuchar nuestra música favorita por la calle, en el avión o en el subte, sino también crear nuestras propias compilaciones, adecuadas para cada ocasión. Ya lo hacíamos para musicalizar fiestas teen y reuniones familiares, y de pronto pudimos también optar por un repertorio acorde con el día que nos aguardaba. Que no es lo mismo un lunes que un viernes, vamos.
Hay que decirlo: cada casete podía reproducir sólo 90 minutos (los de 120 eran raros, caros y frágiles), 45 por lado, el equivalente a dos LP, así que también seleccionábamos trabajosamente temas de varios discos para alentar un poco de variedad. Era muy trabajoso, nada ni remotamente parecido a lo que hacemos hoy con la computadora, pero por eso mismo tales compilaciones nos resultaban tan queribles. Despertó en nosotros el DJ que llevábamos dentro.
Además, las limitaciones del Walkman sólo se notan desde la perspectiva de hoy. En su momento eran invisibles. En 1979 sólo había bandejas giradiscos, que por su propia naturaleza debían pesar varios kilos (el plato tenía que ser muy estable), y reproductores de casetes del tamaño de una videocasetera. Se han reído estos días del Walkman por su tamaño. Absurdo. Un deck de casetes pesaba entre 4 y 5 kilos. El Walkman original, 390 gramos. Un iPod nano, alrededor de 40 gramos. Así que, a simple vista, todo indica una diferencia casi idéntica de un orden de magnitud.
Es decir, el Walkman era diez veces más liviano que un deck de casetes, de la misma forma que el iPod nano es diez veces más liviano que el Walkman original.
Un error de perspectiva. Hay un punto a partir del cual el peso de un equipo deja de ser relevante. Si se lo puede alzar con una mano, si es independiente del enchufe en la pared y si la calidad de sonido (o video) es aceptable, entonces ya es portátil. Es verdad que el iPod nano, o cualquier otro reproductor moderno, es mucho más pequeño que un Walkman, pero éste fue el primero que levantó vuelo.
Analogía: un avión de hoy puede cubrir más de 10.000 kilómetros sin reabastecerse; pero el que hizo historia fue el de los hermanos Wright. Sólo voló durante 12 segundos y cubrió tan sólo 36,5 metros. Pero inventó un universo tecnológico que cambió el mundo para siempre.
No, no notábamos sus limitaciones, en aquella época. Por el contrario, estábamos no sólo fascinados, sino que hasta lo percibíamos como un non plus ultra . ¿Qué cosa mejor podía pasarnos que llevar la música con nosotros?
Oh, sí, ahora es algo obvio, cotidiano, casi trivial. Pero no lo sentíamos así entonces. Pasamos de escuchar música anclados al living o nuestro cuarto de adolescentes a llevarla adonde se nos diera la gana. Gastábamos como veinte salarios por mes en pilas, concedido, pero nos sentíamos catapultados al futuro. De hecho, así fue.
Luego del Walkman siguió un largo y complejo proceso de evolución, pero la sensación de libertad ya estaba presente entonces. En 1979, cuando muchos de nosotros no teníamos ni veinte años, empezamos a experimentar algo que los adolescentes de hoy dan por sentado. Más tarde pasamos del casete al CD, del CD al MP3, de la música grabada analógicamente en un rollo de cinta a los dígitos binarios en una memoria electrónica, se añadieron funciones que por aquella época ni soñábamos o que sólo nos atrevíamos a soñar, como el etiquetado y el shuffle. Pero el poderoso motor que nos permitió vencer la atracción gravitatoria del equipo de audio fue el Walkman.
A pesar de que a Akio Morita el nombre no le gustó, la marca pegó; Sony lo sigue empleando en sus reproductores portátiles de audio. El original, el mecánico, tozudo, frágil y aparatoso Walkman de la década del 80 fue para mí (para muchos) un pequeño milagro. Salvo por la PC, dos años después, o mi primera excursión personal por Internet, en 1995, no recuerdo un momento de mayor emoción. Era a la música como el libro al texto. Podías llevarla con vos. A veces miraba el pequeño dispositivo (sí, insisto, pequeño) y no podía creer que saliera toda esa música de allí.
Y después
Para la mayoría de los periodistas marcó el fin de una era. La del anotador. Tuvimos un registro fiel, como el que los fotógrafos disfrutaban desde siempre, y con eso la certeza de que reflejábamos exactamente, con un irrefutable SIC a cinta, lo que el entrevistado había dicho.
Aprendimos también que todo avance tiene un costo y nació el verbo desgrabar , neologismo desatinado que significaba pasar en limpio la charla; un largo y sinuoso camino apretando Play y Rewind . Hoy seguimos en la misma, a pesar de las promesas que un ingeniero de IBM me hizo en 1992 o 1993. "En uno o dos años, usted conectará su grabador a la computadora y gracias a la tecnología RISC, la máquina pasará a texto toda la charla." Ni cerca. Estamos igual que hace treinta años, sólo que ahora la grabación reside en el disco duro de la misma PC que usamos para escribir y el Play y Rewind se hacen con el teclado.
En 1986 pasé del Walkman al CD, gracias a un equipo portátil, también de Sony, que una amiga me trajo de Estados Unidos. Se llamaba Discman D-7, y portátil era una forma de decir. Pesaba tanto como un sedán familiar; en mi videoanálisis de hoy puede verlo, y asombrarse. ¡Pero el sonido! Recuerdo como si hubiera ocurrido esta mañana el día que lo recibí. Puse la versión de Telarc (dirigida por von Dohnányi) de la Novena y me calcé los auriculares. No había soplido de cinta ni graznido de púa. La separación de canales era colosal, los instrumentos estaban perfectamente en foco, no percibía distorsión de ninguna clase. En mis oídos arrancó un Beethoven tan puro y tan inmenso que me puse a llorar.
El D-7 se fue mi reproductor de CD fijo hasta que, de tanto usarlo, un buen día falló. Mientras tanto, el Walkman seguía en funciones, para llevar mi música. Era más pequeño y la música no se entrecortaba al bajar un cordón o transitar con el auto por el empedrado, como ocurría con los Discman.
Cambié de marcas, modelos, usé equipos con controles digitales y motores asistidos por un microprocesador? Pasarían más de diez años hasta que el CD, cuyos 12 centímetros de diámetro lo hacían inadecuado para un reproductor de bolsillo, fuera reemplazado por los archivos digitales de PC y los aparatitos mágicos que vemos hoy. ¡Caramba, tengo música digital de alta calidad hasta en mi celular!
Hoy puedo oír cualquier disco desde cualquier lugar de mi casa gracias a la red Wi-Fi. De los 2 vinilos que podía llevar en un casete he pasado a llevar el equivalente a 40 dentro de un aparato que cabe en la palma de la mano. Y que además reproduce video. Increíble, sí, pero todo esto es nada comparado con volar por primera vez.
El aniversario llega en un momento amargo para Sony, que perdió en el último año fiscal (el que cerró en marzo) unos 1000 millones de dólares. Pero estos números no opacan el que la firma japonesa fundada por Masaru Ibuka y Akio Morita en 1946 como una pyme de 20 empleados fue la primera en vislumbrar el futuro, treinta años atrás, el 1° de julio de 1979.
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